Apenas atravesó la puerta de la casa en reparación, su aroma se apoderó del ambiente
blanco, nuevo, reciclado.
Con cada paso que daba su cuerpo manifestaba vibraciones intensas, colores que viajaban entre los órganos.
Dejo sus cosas en una silla movible y comenzó a observar cada objeto con la minusiocidad de un arqueólogo en plena excavación y hallazgo.
Él la seguía desde atrás, deseando alcanzar su sombra. Cuando entraron al cuarto, sintieron la hostilidad del espacio, un piso de madera vieja, gastada, pisada por pies atemporales, una simple cama y el deseo de volar y fundirse en un solo cuerpo.
La música era una excusa para evitar silencios, hasta que el mismo se apoderó de nosotros.
Las manos tensas recorrieron sus hombros frágiles, sintiendo la piel suave, como miel sobre el pasto tierno.Su cabello entre sedas orientales, su cara de rasgos marcados en los ojos, como leves curvas descendentes, la boca pequeña donde apenas cabía un chicle Bazooka.
Cuando llegó al pecho tuvo la sensación de estar flotando en el aire, iba y venía sin necesidad de decir nada, los dedos se estremecían entre su carne joven.
Para besarla hubo movimiento, una danza repentina, llena de incómodos gestos, por la cual él logró que se incorpore a su misma altura, dejando en evidencia algunos centímetros entre los dos seres. La mirada fue necesaria, fue justa, valiente.
Luego sortearon literatura fugazmente, ella descubrió lo impensado y él, sorprendido, se lamentó por no haberlo sabido antes. Los olores de las páginas gastadas se apoderaron de sus manos, estaba hecho para sus dedos, con el tacto de su piel.
Él recostado y con la mirada posada en la nada, ella repasaba una y otra vez esos textos en voz alta. Había decidido regalarle fragmentos cortos, precisos, y él los recibía con la calidez que se encuentra entre abuelos y nietos. Alternaban miradas y roces.
Cuando observaron a través de la ventana estrecha, dieron cuenta de un amanecer vibrante.
Unos pasos más y el teléfono en su boca, él la contenía en un abrazo infinito.
La austeridad oral hizo presencia.
Ya bajábamos en ascensor cuando fundimos el aire.
Una despedida simple, sin sorpresas, como si nada hubiera sucedido o como si todo hubiese ocurrido.
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